Los efectos de la reciente campaña electoral en Madrid han ocultado la imparable subida de los precios eléctricos, que ––esta vez—no se pueden achacar a la tormenta Filomena, a bruscas tensiones en el mercado mundial del gas o a la ausencia de viento. Parece que el responsable es el precio de los derechos de emisión, instrumento financiero que no ha dejado de crecer en las últimas semanas, superando ya la barrera psicológica de los 50 €/tonelada.
A ello se une el diseño – teóricamente perfecto si atendemos a sus exégetas – del sistema de fijación del precio de la electricidad, por el que la última central que se incorpora al mercado “regala” su precio al resto de las centrales que tienen unos costes mucho más bajos.
Sin caer en el alarmismo, 2021 puede convertirse en el peor año para los precios de la electricidad, tanto en opinión de los analistas del sector eléctrico, la prensa especializada (https://elperiodicodelaenergia.com/annus-horribilis-la-electricidad-mas-cara-de-la-historia-se-vera-en-los-proximos-12-meses/) o los consumidores industriales.
La ilusión de una electricidad barata se desvanece y si las empresas industriales tienen que pagar los derechos de emisión de CO2 a los precios actuales, la generación de fondos se resentirá (aritmética sencilla), con lo que tendrán más dificultades para abordar las inversiones que conlleva la transición industrial a la que deben hacer frente.
Esto no es privilegio exclusivo de España, porque los mercados europeos prevén aumentos generalizados del precio de la electricidad, como consecuencia del aumento del precio de los derechos de emisión. Pero es que, además, en nuestro país tenemos algunas peculiaridades: parece que los compromisos legales (Presupuestos Generales del Estado) respecto de la compensación a la industria por los sobrecostes eléctricos, que se iban a financiar con los fondos europeos, se han “evaporado”, por lo que, a pesar de la propaganda del Gobierno, la compensación no va a alcanzar —otro año más— las cantidades que estaban autorizadas por la Comisión Europea.
Ante este escenario, que no es coyuntural, estamos esperando que el Gobierno despierte de su letargo y explique la situación a las empresas y a los ciudadanos porque si algo queda claro es que la agresiva senda de la descarbonización lleva aparejados unos costes reales y, en este caso, inmediatos. Vuelve a repetirse la frase de que no hay comida gratis en la vida económica.
La situación de los precios eléctricos es nueva pero nadie puede decir que sea inesperada. Todavía recuerdo las profecías de “precios inminentemente bajos” de la electricidad. La realidad es tozuda. Con la estructura de fijación de precios y el sistema “marginalista” no parece que el precio de la energía nos vaya a dar alegrías en los próximos meses, por más que algunos propagandistas publiciten que alguna noche, a las 3 de la madrugada, el precio ha tendido a cero.
Y la cosa puede incluso empeorar muy pronto. En una próxima entrada hablaré del proyecto de ley del fondo eléctrico que el Gobierno espera enviar al Congreso en breve.